Su ausencia física se siente inconmensurable en este 2012 en el que definitivamente se rasgaron los débiles velos que aún cubrían la realidad del orden socioeconómico-político nacional, porque nos encuentra sin el principal intelectual revolucionario de nuestra sociedad. Revolucionario porque toda su praxis apuntó cada día desde hace décadas al cambio radical de las relaciones de poder en uno de los órdenes más injustos del mundo, como lo es el paraguayo.
Desde que no está, nos encontramos una y otra vez con lo irremplazable de su presencia, sus ideas, su sentido crítico y sus acciones: con la excepcionalidad de su vida y su ética. Un académico formado en universidades estadounidenses que desarrolló el máximo de sus capacidades intelectuales y de su sensibilidad humana, para ponerlas al servicio de su pueblo, de la dignificación de sus condiciones de vida y de la lucha por la justicia social. Que asumió el costo personal de ser coherente con esta Idea, y de su compromiso con las y los sujetos concretos que la protagonizaban, sus organizaciones y movimientos.
Aunque parte de lo que preveía con inquietud en 2010 se concretó: dejar al país bajo la conducción de uno de los personajes más mediocres y recalcitrantemente conservadores de la variopinta fauna política doméstica, lo cual traerá sin ninguna duda (r)egresión neoliberal y vuelta al Estado policial de «derecho»; los efectos de este Golpe parecieran estar contribuyendo a revertir el proceso de desintegración social potenciado por decenas de factores minuciosamente descriptos en su último artículo publicado, a finales de 2011. Se ha vuelto a despertar el sentimiento de indignación y rebeldía, de politización y movilización, que con tanto ahínco denunciaba Tomás se empeñaban en extinguir los aparatos de poder con sus estrategias de desmoralización sistemática hacia la población.
Desde los cortes de rutas, las ocupaciones, los escritorios, las aulas, las chacras campesinas, las reuniones de compatriotas migrantes, los ámbitos de producción de información críticos, los espacios de formación, debate y movilizaciones populares, y tantos otros lugares de generación de resistencias y avances, le decimos gracias por dejarnos tanto.
Pese al dolor de no poder verle y escucharle, hoy encontramos a Tomás en todas las voces, acciones y movimientos que, sin miedo, cada vez más articulados y con energía, desafían a quienes se consideran y actúan como dueños del país.
Pese a un contexto de grandes retrocesos institucionales e indignantes violaciones de derechos de personas inocentes con el único objetivo de seguir sosteniendo la insaciabilidad de unos pocos a costa de la acumulación de la pobreza y la injusticia, vamos recobrando como pueblo la indispensable dosis de optimismo que es preciso poseer para rebelarse, sobre todo colectivamente, contra un presente intolerable; recuperando la audacia de pensar nuestro futuro, con el optimismo de lo que es posible lograr con voluntades firmes y unidas, como no se cansaba de señalarnos y lo anhelaba con todas sus fuerzas el humilde, generoso e inmenso compañero Tomás.-